De repente una alerta ingresó a mi celular. Me decía que más de 30 personas a las que sigo en Twitter habían empezado a seguir a @epicaurbana (nick de Juan Solá). Por curiosidad, y algo sorprendido por la abrumadora cantidad de nuevos seguidores que le había proporcionado mi TL (Time Line, el equivalente al Muro de feisbuc), me metí a ver qué onda. Y ahí descubrí que su fama repentina se debía a su (a esta altura) famoso posteo “Forra del orto”, escrito en Facebook a propósito de la concentración de ayer y que mereció la censura de los administradores de ese sitio por “no cumplir las normas comunitarias de Facebook (extraño criterio). Para colmo, ¡es chaqueño!

Algo que había merecido la censura de esa red social debía ser algo bueno, pensé, y enseguida, atragantado por la curiosidad, me lo leí y quedé, ipso facto, absolutamente identificado con su reacción ante cada una de las situaciones que describe. Debo tener 20 años más que él y me ha pasado (me sigue pasando) exactamente lo mismo. He llegado a sentirme sapo de otro pozo en ciertos círculos de mi adolescencia.

No tengo idea qué pensará él sobre miles de temas que a mi me preocupan ni cuáles serán sus gustos artísticos. Por lo que pude hurgar en su TL, más allá de cierto placer por la ironía, no parece que tengamos mucho en común (lo que para algunos medios sería normal, después de todo él es chaqueño y yo, porteño). Esto me generó otra curiosidad: ver la lista de personas a las que él estaba siguiendo. Afortunadamente, es una lista corta (esa lista no crece, la que crece es la otra, la de los que lo siguen) así que el repaso fue rápido.

Si es cierto que las cuentas que uno sigue en Twitter (cuando no son elegidas por cuestiones laborales) reflejan nuestros intereses y curiosidades, entonces la pesquisa confirmó mi sospecha: apenas tenemos 6 personas en común. Nada. Sin embargo, ante hechos constitutivos de la vida diaria, tuvimos (tenemos) las mismas reacciones. ¿Y? se preguntará más de uno a esta altura. ¿Cuál es la cuestión? La cuestión es justamente esa. Que ante tanta retórica grandilocuente y griterío, lo que importa, finalmente, es lo que somos y cómo nos comportamos diariamente. Porque al machismo como marca de un modo de convivencia entre nosotros, se lo destierra también con cambios en el comportamiento individual de cada uno, ese que llevamos a cabo cuando nadie nos ve, en el anonimato de nuestra existencia; cuando “la piba que iba de pie frente a mi en el subte se corrió de lugar al notar que me había parado atrás de ella y algunos piensan “¡cómo me gustaría hacerte la apoyadita!” y otros pensamos “forra del orto”. Después, las políticas públicas harán el resto.

Por eso son tan convocantes y trascendentes iniciativas como “#NiUNaMenos”, porque ponen el acento en los debates que nos debemos sobre nuestro contrato de convivencia en común. Debates que sitúan la Grieta en un lugar mucho más productivo de transitar, aunque no menos difícil. Y que al andarlo y coserlo tendrá la virtud de achicar esa distancia que, a veces, nos parece abismal. No nos unimos por sentimientos asociados al valor de la “patria” o de la “la camiseta”, válidos para pocas cosas, sino por otros más trascendentes, aquellos que nos constituyen como sujetos políticos (personas en convivencia con otras personas).

Como dice Silvina Giaganti (@sgigantic) en su impecable manifiesto contra el piropo publicado en Panamá Revista (a propósito, hiper recomendable su producción de escritos para reflexionar sobre esta convocatoria), “a veces hay que decirle al otro que te parece que hay algo que no está haciendo bien. Y vuelvo a pensar en la discusión con el tipo de la escena 3 y en lo que se habrá quedado pensando luego de mi embate. Y qué pasaría si se lo vuelven a decir un par de veces más. A veces, cuando un reclamo se vuelve medio mainstream, aquello contra lo que se rebela puede tomar la forma de lo marginal. Y eso me parece un punto para el reclamo. Como me parece no menor la masividad que tomó la marcha Ni una menos. Porque lo mainstream de la demanda, vuelve, al menos por un rato, marginal lo violento.

Los violentos tienen sus códigos, como los corruptos. Durante mucho tiempo, su coartada fue la tolerancia de la sociedad y su legitimación, la trama discursiva del poder, que tenía al machismo como natural exponente. Hoy, a fuerza de miles de mujeres muertas y maltratadas, y de la lucha persistente del movimiento feminista, la sociedad parece estar cambiando. Hay que aprovecharlo. Porque aun está lejos el día en que a la mayoría de los varones les parezca que está mal “invadir el espacio vital de la calle o de otros lugares públicos para empezar a decir cualquier cosa a una mujer (Giaganti).

Y porque, como señala Robert Putman, “un repaso al desarrollo de la comunidad en Latinoamérica pone de manifiesto la importancia social de las iniciativas cooperativas de base y de los episodios de movilización política -incluso aunque no alcancen el éxito en términos inmediatos o decisivos- precisamente por sus efectos indirectos en la ‘desaparición del aislamiento y la desconfianza mutua’”. Es efectos que hacen que un chaqueño y un porteño puedan transitar juntos una convivencia en común, for ever.

(Esta nota fue publicada en el portal www.nuevaciudad.info el 04/06/2015).