La maldita clase media

Hay una tendencia muy arraigada en las fuerzas políticas que transitan por el ancho sendero conocido como “progresismo” o “centro izquierda”, de abordar los temas de la Ciudad desde la perspectiva de lo que ellos suponen es mejor para los sectores más pobres y vulnerables.

No se puede decir que lo hagan por una especulación electoral. De hecho, su peor desempeño electoral suele estar en los barrios donde viven los más pobres y vulnerables. Podemos decir que, más allá de sus credos, el progresismo porteño está muy influenciado por las mejores tradiciones del catolicismo (preocupación por el más débil) combinada con una dosis no despreciable de culpa cristina (una de las peores influencia del catolicismo).

La contracara de esta tendencia es cierto desconocimiento de la realidad, los deseos y las aspiraciones del sector social que (a pesar de todo) insiste en votarlos: la clase media, particularmente la clase media profesional.

Por eso, desde esta columna queremos hacer un humilde aporte y contarles los resultados que arroja un reciente estudio de la Dirección General de Estadísticas y Censos del Gobierno del GCBA sobre “Ocupación e Ingresos de los graduados universitarios porteños”.

Resulta que, según dicen las estadísticas porteñas, el 23% de la población de 25 años y más es egresado de una carrera universitaria. Bastante, ¿no?

Tener título universitario garantiza mayores posibilidades de tener empleo y mejor pago que el no universitario, en casi cualquier tipo de tarea.

De los 478.000 porteños que tienen nivel universitario completo, el 84% está ocupado (400.000 personas). El nivel de desocupación está 2,4 puntos porcentuales por debajo del promedio de la Ciudad.

La mayor proporción de ocupados con nivel universitario completo se encuentra entre los 30 y 49 años (206.000 personas).

En cuanto al salario, el ingreso medio del no profesional es de $ 6.645 contra $ 9.427 del ingreso medio de los universitarios. Una diferencia significativa. Sin embargo, cuanta mayor calificación requiera la tarea (esto es mayores conocimientos teóricos de orden general o específico), esa diferencia salarial entre el profesional y el no profesional tiende a desaparecer.

Ser profesional no implica necesariamente menor dependencia de un jefe: el 74% es asalariado, el 18,5% cuentapropista y el 6,8% patrón. Es cierto, hay más patrones en el universo de los profesionales que en el de los no profesionales (4,6%), pero en ambos casos son participaciones menores. Podemos decir que, en estos tiempos, el profesional busca el trabajo en relación de dependencia antes que la aventura del ejercicio profesional “liberal”.

Para las mujeres el panorama, como siempre, es más desventajoso. Ganan, en promedio, un 22% menos que los varones; y acceden en una proporción significativamente menor que ellos a las tareas mejor calificadas (una diferencia porcentual de 8 puntos). Con un agravante: las mujeres representan el 54% del total de universitarios ocupados (218 mil mujeres), el reverso de los ocupados no universitarios en los que los varones son mayoría.

La mayoría de los universitarios se desempeña en el sector servicios, sobresaliendo las actividades financieras, inmobiliarias, empresariales, de alquiler, informáticas y de investigación y desarrollo (136.000 personas); y de educación, servicios sociales y de salud (114.300 ocupados). En tercer lugar, administración pública, defensa y seguridad social.

Como se puede apreciar de esta apretada síntesis del estudio en cuestión, ser profesional está muy lejos de representar un privilegio. La idea de que el título universitario garantiza acceder a un status superior que el trabajador de overol quedó como una historia de nuestros abuelos. A lo sumo representa la posibilidad de acceder a una remuneración más digna, aunque no necesariamente a un mejor trabajo.

Ante esta realidad viene siendo hora que aquellos que peleamos por una sociedad más justa, donde la igualdad sea un anhelo realizable, nos saquemos de encima algunos prejuicios y dejemos de ver a nuestros vecinos como la “maldita clase media”.

Nota: Este artículo forma parte de mi columna semanal en el portal nuevaciudad.info el 5/11/2014.