En búsqueda del sujeto perdido

En su primer columna para este portal, María Esperanza Casullo nos abofeteaba con algunas verdades dolorosas pero necesarias para, por un lado, entender el “éxito” y consolidación de la gestión de Mauricio Macri en la Ciudad de Buenos Aires y por otro, empezar a pensar las bases para la construcción, a mediano plazo, de una fuerza política de izquierda democrática y popular capaz de ganar elecciones y gobernar (dos condiciones que no siempre van asociadas -no me hagan poner ejemplos, que me pongo colorado).

Coincido con todas las afirmaciones hechas por María Esperanza y por eso me interesa aportar algunas reflexiones como manera de recoger el guante y alimentar un debate que nos debemos.

En estos 7 años de gobierno Pro se han desarrollado en la Ciudad muchos focos de resistencia a sus políticas, con diferentes niveles de éxito. (Casi) todas esas luchas han sido necesarias y justas, con independencia de su resultado. Ahora, la idea de que a partir de ellas vamos a parir el sujeto político que nos está faltando me parece exagerada e irreal. Y pone una carga adicional de exigencia a los cuerpos de los que resisten. La organización de las luchas se consume en las luchas.

Por otra parte, pensar que vamos a organizar esa nueva fuerza a partir de retomar el ideario del progresismo tal y como lo conocimos  (incluso en su versión kirchnerista) es condenarnos a un rol testimonial, funcional a la reproducción del Pro y de su oposición light. Las razones las explicó muy bien Casullo.

El progresismo fue la mejor arma que se tuvo a mano para acabar con el menemismo. Y se consumieron las balas en eso. No hay más.

Apostar a un político carismático con una agenda novedosa de temas o, a veces ni siquiera eso, sólo con un planteo simple y un hablar claro, puede ser garantía de algún éxito electoral y no mucho más. En la hipérbole de que una opción así gane una elección ejecutiva, es impredecible el rumbo que puede tomar. Y su perdurabilidad.

La última estrategia, dentro del abanico de opciones que se han experimentado para ganarle al Pro, consistió en aprovechar la coincidencia de la muta aversión al kirchnerismo para disputarle una parte de su electorado. Ya no era necesario oponerse sino que había que mostrarse como un parecido diferente. Tampoco alcanzó.

El problema de todas estas opciones es que juegan en una cancha en la que el Pro ha aprendido a moverse con inteligencia.

Complementario a esto, tenemos una institucionalidad híbrida que no ayuda. El jefe de gobierno es algo más que un intendente, pero tampoco llega a ser un gobernador. Este híbrido hace que, en términos políticos, se cotice como un gobernador, pero en términos administrativos, de gestión, lo evaluemos como intendente. Todo beneficio (para él/ella).

Ahora, si queremos ganarle al Pro para hacer algo realmente diferente, debemos olvidarnos del Pro y de estas cuestiones institucionales, y empezar por cuestionar la forma en que vivimos en la Ciudad.

Hay un supuesto muy extendido y aceptado de que vivir en Buenos Aires trae aparejado un sinnúmero de externalidades negativas que nos hacen la vida más invivible pero que serían parte del “precio” que deberíamos pagar si queremos gozar de los beneficios que aporta vivir en una gran urbe. Este supuesto es el que debemos rebatir.

Nuestro margen de tolerancia a cosas intolerables que nos suceden todos los días está por encima del umbral de tolerancia del ciudadano de cualquier gran ciudad del mundo.  Sepámoslo.

Y esta tolerancia hace que seamos poco exigentes a la hora de evaluar lo que hace el gobierno local. Con poco, nos conformamos. Tenemos entonces que elevar el umbral de exigencias.

Hay muchos grupos y muchas personas que perciben esto y tratan de cambiar su forma de vivir en la Ciudad, modificando sus hábitos de consumo, de movilidad, de uso de lo público, sin necesariamente caer en el extremo de querer vivir en “estado de naturaleza”. Por ahora son expresiones en los márgenes, sin cause político. Y probablemente, por un tiempo más lo sigan siendo, pero me parece que por aquí hay que sondear la búsqueda de ese nuevo sujeto político que exprese las demandas de cambio del ciudadano de una gran urbe latinoamericana en la segunda y tercer década del siglo XXI.

Nota: Esta columna fue publicada en www.nuevaciudad.info, el 29/10/2014.