El tercer semestre y el antagonismo que importa

Devaluación del 40%, aumento de precios, despidos en el sector público incluso más allá de la grasa militante de Prat Gay, tarifazo en la luz y el transporte público, Panamá Papers, pago exorbitante a los fondos buitres, desempleo en el sector privado, disparada de la inflación, vuelta desprejuiciada al endeudamiento externo, eliminación de retenciones a las exportaciones mineras…
Los seis primeros meses de la presidencia de Mauricio Macri han sido fecundos en medidas que perfectamente podrían ser catalogadas como parte del recetario neoconservador, que tantos padecimientos ha causado aquí y en todo lugar donde se ha aplicado, al hombre y la mujer a la intemperie, como le gusta decir a Martín Hourest.Sin embargo, cometeríamos un grosero error si, a partir de estos hechos, nos apurásemos a caracterizar al gobierno de Cambiemos como neoliberal o a entenderlo, de manera reduccionista, como una continuación del menemismo por otras vías (aun con lo seductor que puede resultar el uso de tales calificativos para reforzar el antagonismo). El reduccionismo analítico de la oposición que ha tenido enfrente ha sido una ventaja que el macrismo ha sabido usar en su provecho. Como el yudoca que se apoya en la fuerza de su adversario para vencerlo.

Similar error cometeríamos si intentáramos minimizar estas medidas a la sombra de la herencia recibida. Es cierto que los doce años de gestión kirchnerista, particularmente la política económica de los últimos cuatro años, dejaron una herencia contaminada y un terreno repleto de trampas. Pero no es menos cierto que el camino trazado -y transitado hasta ahora- por la alianza Cambiemos no era el único posible ni mucho menos el más recomendable, sobre todo si de lo que se trata es de cuidar las condiciones de vida de la población, particularmente sectores pobres, medios precarizados y vulnerables en general.

Es posible que esa herencia junto con el machaque mediático acerca de la grave corrupción existente en la era kirchnerista, le esté resultando útil al gobierno de Mauricio Macri como escudo protector para atravesar las críticas y el malestar generado -incluso entre una parte de sus votantes del balotaje-, por el ajuste que ha llevado a cabo en este primer semestre. Algunos han llegado incluso a pronosticar que los casos de corrupción se moverán al ritmo de la economía: si ésta no mejora, las noticias sobre la prolífica corrupción del gobierno anterior tendrán mayor visibilidad y tenderán a disminuir si aquella mejora.

Es posible, también, que la contundente movilización del 29 de abril convocada por las centrales sindicales haya servido, por sobre cualquier otra especulación, como un límite a esa política de ajuste. Más allá de las miradas que puedan posarse sobre los dirigentes gremiales, sobre su demora en efectivizar esta convocatoria e incluso sobre su responsabilidad en hechos graves de corrupción en perjuicio de sus afiliados y la comunidad en general, lo cierto es que el sindicalismo organizado sigue siendo un actor importante y potente para enfrentar este tipo de políticas que afectan el bolsillo de los trabajadores. En etapas como la presente, suelen ser, con todos sus límites, catalizadores de ese descontento y los únicos capaces de organizarlo. Pero su ventaja es también su límite. Comienzan a fracasar apenas pretenden canalizar políticamente ese descontento que expresan. Por otra parte, no sería esa su función, aunque esa confusión de roles suele ser muy habitual en la política autóctona.

Pero volvamos, por un momento, al punto precedente. ¿qué razones nos llevan, entonces, a calificar como “errores” (aunque de diferente tipo) tanto a caracterizar como neoliberal al gobierno de Cambiemos como a minimizar estas medidas de ajuste amparados en la herencia recibida?

El error de la primera caracterización estriba en que apuesta todas sus fichas al agravamiento de la situación económica, a que el ajuste ya practicado provoque un descalabro incontrolable. Para decirlo parafraseando al PRO: a que el segundo semestre nunca llegue. El problema es que es probable que el segundo semestre tarde o temprano haga su aparición. Puede demorarse. Puede que aterrice en el tercer semestre del que nos habló Elisa Carrió. Como sea, es posible que llegue antes de las elecciones de medio término del año próximo.

Esa posiblidad se sostiene en dos razones coadyuvantes: 1) la herencia era mala pero no irremontable; 2) en el contexto económico global y sobre todo regional, las exigencias de crecimiento son modestas y pueden generarse con dosis adecuadas de endeudamiento externo, tanto para realización de obra pública (una de las vedettes del PRO) como para maquillar el déficit fiscal, e inversión externa e interna atada principalmente al sector agroalimentario exportador (como la inversión de mil millones de dólares que anunció el gobierno junto a Molinos Río de la Plata la misma tarde de la movilización sindical). Por lo tanto, apostar a un fracaso que tal vez sea poco probable, es anticiparse al propio fracaso justo en el momento que la ciudadanía hace balances y deposita sus preferencias en la urna.

El error de la segunda caracterización anida, por su parte, en que, en el afán de seguir demonizando al kirchnerismo, renuncia a un aspecto central en la construcción del antagonismo que realmente puede poner en aprietos al macrismo, vinculado directamente al debate ideológico.

Todos los hechos enumerados al principio e incluso varios sobre los que el gobierno trabaja para que sucedan en el segundo semestre, responden a una concepción del mundo muy arraigada en el PRO: el convencimiento de que el progreso de la humanidad se asocia al libre despliegue del capital por sobre cualquier otra variable. Por eso el gradualismo, en tanto hubiera demorado en transmitir esa señal a los dueños del capital, no resultaba, para ellos, una alternativa viable.

Esta concepción se encuentra en las antípodas de nuestra visión humanista e igualitaria de la vida en sociedad. Por lo tanto, aun cuando les vaya bien en lo inmediato nunca llegaremos a estar de acuerdo. La historia de la humanidad enseña que está visión fracasa estrepitosamente en lo mediato. Tenemos a nuestro favor, además, que esta enseñanza todavía está muy fresca en la memoria colectiva de la sociedad argentina. El liberalismo económico no lleva a la felicidad del pueblo. Al contrario, conduce a mayor pobreza y desigualdad. Si queremos ser protagonistas de la conversación de la Argentina que viene deberíamos centrarnos justamente en ello: en antagonizar inteligentemente con la visión PRO del mundo desde el minuto cero.

 

Nota: Este artículo fue originalmente publicado en www.lavanguardiadigital.com.ar (órgano oficial del Partido Socialista), en el mes de mayo de 2016; y en su edición impresa del mes de junio de 2016.