Perfil

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Nací en 1969. Soy porteño de nacimiento y de corazón, aunque un pedacito de ese corazón está en La Plata, junto a mi abuelo Amadeo y el club de nuestros amores, Gimnasia y Esgrima de La Plata, el Lobo Tripero.

Soy parte de una generación que nació a la vida pública en los albores de la democracia, allá cuando se hablaba de la “transición a la democracia” y del Juicio a las Juntas, mientras en las calles nos movilizábamos por los más diversos temas. Uno nos unía, a todos: el Juicio y Castigo a todos los Culpables. Y esa unión fue tan fuerte que pudo más que el Partido Militar y sus persistentes intentos por romper el empecinamiento de la lucha por Memoria, Verdad y Justicia.

Soy parte de una generación que celebró el triunfo de la Revolución Sandinista en Nicaragua, que aprendió a mezclar en su walkman a Silvio Rodríguez con los Talking Heads, a Mercedes Sosa con Lou Reed. Que reivindicó su pertenencia a Latinoamérica al mismo tiempo que se sacaba de encima los prejuicios con el inglés.

Junto a muchos amigos, armamos el Centro de Estudiantes de mi colegio, el ILSE. Y tuve el honor de ser su Secretario, un par de veces.

Por herencia paterna me hice fanático de Oscar Alende y su  prédica a favor de lo nacional y en contra de los monopolios (en todas sus variantes). Eso me llevó a militar en el PI pero de manera silvestre. No me gustaban las dinámicas partidarias, así que forme mi agrupación del Frente Secundario Intransigente en mi colegio y ya. Llegamos a publicar una revista, Criterio Revolucionario, y a manejarnos con seudónimos, del miedo que teníamos a las represalias de las autoridades del colegio.

Recién cuando ingresé a la facultad, en 1987, comencé a militar en el partido, pero ya era tarde: las peleas internas y el apoyo a Carlos Menem dinamitaron todo e hicieron que la mayoría nos fuéramos, en busca de nuevos horizontes. Fueron tiempos difíciles, oscuros, de repliegue social y de muchos dólares -para disimular la entrega del país que se estaba consumando. Pese a todo, algunos no nos fue mal, en lo individual. Al menos yo, en esos años, viaje mucho, me compré mi departamento de soltero, un auto a medias con una de mis hermanas.

En esos años, me dedique a la militancia social en el CISALP (Centro de Investigaciones Sociales y Asesorías Legales Populares) y en la Secretaria de Derechos Humanos de la FUBA (Federación Universitaria de Buenos Aires), junto a grandes maestros, amigos y compañeros, como Octavio Carsen, Julio García, Myriam Carsen, Matilde Ruderman, Andrea Penón, Carlos Mamán, y el inquebrantable y brillante Gabriel Puricelli. También participé de una agrupación estudiantil, en la facultad de derecho de la UBA, que bautizamos Desorden e Injusticia. Queríamos divertirnos. Y lo hicimos. En 1991, llegamos a tener un micro semanal de asesoramiento jurídico, en el programa Malas Compañías de Mario Pergolini, por la Rock&Pop.

En 1995, publiqué mi primer libro, “Me va a tener que acompañar, una visión crítica sobre los edictos policiales”, en el que compilamos todos los edictos vigentes (que no estaban publicados por ningún lado, aunque todos los días alguien –sobre todo jóvenes- caía preso por violar algún edicto y no había abogado que lo pudiera defender porque no se conocía ni el edicto ni el procedimiento particular que aplicaba la policía), con un análisis de mi autoría. El libro fue un modesto éxito de circulación subterránea, aún hoy me sorprendo de cuánto y cómo ha circulado.

En 1996 ingresé, como novel abogado de la UBA, a trabajar en el Ente Nacional Regulador de la Electricidad, ENRE, en su Departamento de Atención a Usuarios, donde conocí a gente muy valiosa que había dedicado su vida laboral a ser buenos y comprometidos burócratas estatales (en el correcto sentido del término) y que habían sobrevivido al achique del Estado.

En 1998, junto a mi hermana Valentina, pusimos El viajero, espacio de turismo, un centro de información turística y librería de turismo con café (gratis), en el que se daban charlas sobre países y culturas e informábamos sobre los atractivos turísticos de Buenos Aires. Una linda idea pero no un buen negocio.

Si bien nunca llegué a militar orgánicamente, fui un modesto simpatizante del Frente Grande. Y aunque nunca me gustó la Alianza, voté a de la Rúa en 1999. Las simpatías –y la confianza- nos hacen cometer esos errores, a veces.

La debacle del 2001/2002 me llevó a reencontrarme con varias personas con las que había compartido militancia estudiantil en la secundaria y la universidad; y con otras que recién conocí ahí. Así fundamos el Grupo Reconstrucción (su nombre marca la impronta de nuestro espíritu –y nuestras necesidades políticas- por esos años) y el Colectivo por Otra Democracia (cuando todavía la palabra “colectivo” no se había transformado en un cliché, vale aclarar). En esos debates, con un grupo decidimos direccionar nuestra militancia hacia la CTA (Central de Trabajadores de la Argentina) y su prometedor Movimiento Político, Social y Cultural. Para ese entonces, estaba cerrando mi experiencia como librero.

Hacia fines de 2002, formamos la seccional de ATE (Asociación Trabajadores del Estado) en el ENRE, inaugurando así mi militancia sindical. Años intensos y muy enriquecedores, plagados de fuertes luchas y grandes éxitos.

Paralelamente, junto a mi hermano Pablo Gentili, Emir Sader, Daniel Suárez, Florencia Stubrin, Martín Cabantous y Gabriel Puricelli, creamos el Laboratorio de Políticas Públicas, réplica del mismo Laboratorio que, en Río de Janeiro, conducían Pablo y Emir.

En 2004 nos acercamos a Claudio Lozano, flamante diputado nacional y uno de los referentes intelectuales de la resistencia social al menemismo, cuyo cénit fue el FRENAPO (Frente Nacional contra la Pobreza) y su consulta popular a favor de la Asignación Universal, realizada en diciembre de 2001, días antes del estallido.

La irrupción del kirchnerismo en el escenario nacional abrió un debate sobre el lugar que debía ocupar ese Movimiento que alentaba la CTA. Tal es así que nunca se concretó. Más bien, cada parte fue construyendo su camino de acuerdo a la cercanía/distancia del kirchnerismo.

Nunca fui kirchnerista ni antikirchnerista. Comparto muchas de las políticas públicas que llevó adelante el kirchnerismo pero siempre me separó una cuestión central: la manera de entender el ejercicio del gobierno de los Kirchner, basada en la acumulación de poder a partir de la utilización corrupta y, a veces, mafiosa, de los recursos públicos.

En esos años, esa distancia óptima entre el oficialismo y la oposición más cerrada, se sintetizaba en la consigna ni oficialismo ni oposición. La realidad, ayudada (muy mucho) por la incapacidad de los liderazgos que quisieron representar ese lugar, convirtió esa distancia en un “no lugar”. Hoy pareciera que sólo nos queda “la Grieta”.

En 2007 se inició mi etapa de militar en serio en un partido político. Una experiencia inédita para mí. Me tocó estar en todos los momentos fundacionales, en todas las iniciativas públicas. Y eso fue lo que me llevó a ser uno de los ocho legisladores porteños electos por el Movimiento Proyecto Sur, en 2009. Un resumen de mi labor de esos años podes leerla acá: Informe de Gestión.

Todos sabemos cómo terminó esa historia (mal). Como protagonista me caben las generales de la ley así que prefiero no abundar. Sólo debo decir que la diáspora me encontró armando de apuro una opción electoral, que llamamos Sumar Izquierda Democrática (I+D), para presentarnos a elecciones en la categoría de legisladores porteños. Muy linda experiencia de magros resultados.

Soy de una generación de transición entre dos mundos. El bipolar de la Guerra Fría y este otro, sin nombre o con muchos nombres que se superponen (lo que viene a ser más o menos lo mismo). Quisimos hacer historia, y, a nuestra manera, la estamos haciendo. Y la seguiremos haciendo. Modestamente. Codo a codo con otros. Con el pesimismo de la razón y el optimismo de la voluntad. Porque el futuro llegó hace rato.